Intentaré descubrir cómo miran los fotógrafos cuando hacen buenas fotografías, y que es lo que diferencia a los profesionales o avanzados de los aficionados. La única verdad es que todos disfrutamos cuando nos podemos llevar la cámara la ojo y hacer una foto, pues al fin y al cabo es un recuerdo de lo que hemos vivido.
Cuando los fotógrafos hacen una foto, es porque han visto algo que les ha gustado. El aficionado no tendrá en cuenta algunos aspectos, y sólo querrá tener un recuerdo. Sin embargo el profesional, o el aficionado avanzado (la única diferencia es que uno cobra por su trabajo y el otro no, que quede claro), tendrá en cuenta una serie de aspectos que le llevarán a conseguir un resultado mucho mejor.
Un buen fotógrafo tiene entrenada la mirada, sabe dónde mirar y cómo. Es capaz de decidir rápidamente el encuadre y la focal, y sobre todo sabe anticiparse a los hechos, tanto en fotografía callejera como delante de un paisaje. Un aficionado simplemente ve lo que le gusta, quiere tener el recuerdo y dispara sin pensar, sin tener en cuenta las consecuencias de una mala fotografía (que no son graves por supuesto, puesto que no le pagan por ello).
La forma de ver de un profesional
Para ser sincero, no se puede estereotipar la mirada de un fotógrafo, pues eso le convertiría en uno más de la masa. Unos son felices con el uso exagerado de filtros y efectos, y otros confiamos más en el momento justo del disparo. Los dos métodos son válidos si el resultado es bueno. Unos siguen la moda y otros somos fieles a la tradición. Son dos maneras de entender el acto fotográfico.
Para ver una fotografía, para saber cuándo hay que apretar el disparador, algunos reconocen su naturaleza innata; otros nos confesamos deudores de una biblioteca mental de imágenes que hemos ido aumentando a lo largo de los años, truco que recomienda Eduardo Momeñe en sus fantástico manual a todos los que quieran conseguir una buena toma.
No estoy hablando de copiar, es una cuestión de inspiración. Igual que un escritor hace mejor su trabajo cuando ha leído buenas ( y malas) obras literarias, el buen fotógrafo tiene en su cabeza una gramática visual que puede consultar cada vez que se enfrente a un retrato, un paisaje o un macro, y crear su propio trabajo. Todos debemos tener fuentes que consultar.
Porque el mundo real en nada se parece a una hoja en la que sólo hay ancho y alto que carece de profundidad y de vida. Es imposible que un paisaje real quede igual en un foto. Por eso tenemos que conocer técnicas para que el reflejo, la imagen latente, sea lo mejor posible.
Porque el mundo real en nada se parece a una hoja en la que sólo hay ancho y alto que carece de profundidad y de vida
La experiencia es fundamental. No te enfrentas a un retrato de la misma forma la primera vez que la última que lo hayas hecho. Sabes ya lo que funciona y lo que es mejor no repetir, aunque arriesgarse siempre es bueno, si quieres evolucionar. Pero siempre está pendiente de los detalles, fijándose tanto en el objeto principal como en las cosas que lo rodean.
Hay que saber composición, reconocer nuestros errores anteriores y que la técnica no sea una limitación sino una puerta abierta para conseguir lo que quieres. No nos podemos quedar bloqueados ante un momento que se nos va. La composición se puede aprender como he dicho antes, con nuestra recopilación de imágenes mentales y con el análisis, por supuesto, de los grandes clásicos (pintores y fotógrafos), nos gusten o no, siempre sacaremos algo. La técnica hay que estudiarla y practicarla hasta que salga con los ojos cerrados, de forma automática. No hay que confiar en las máquinas ni en los automatismos, nosotros tenemos que resolver la ecuación en el acto.
No hay que dejar de mirar cuando paseamos por la calle, por el campo o estamos tirados en el sofá de nuestra casa. Todo nos debe inspirar para que cuando estemos detrás de la cámara ya hayamos visto otra vez lo que estamos a punto de atrapar, y sepamos solucionarlo.
La forma de ver de un aficionado
No hay nada más relajado en fotografía. Mirar sin pensar, sin tener que rendir cuentas después. Sólo se dispara por entretenimiento o por tener un pequeño recuerdo de nuestra estancia. Da igual tener faltas de ortografía visuales… luego todo se podrá resolver con el ordenador, y si no se puede, se borra el archivo y listo.
No hay nada más relajado en fotografía. Mirar sin pensar, sin tener que rendir cuentas después
Ve algo que le gusta y dispara desde el mismo sitio, sin pensar que si se desplaza unos metros a la derecha desaparecerá ese cable que cruza la escena… como está el tapón de clonar, no pasa nada, y nadie le va a rendir cuentas, luego la libertad es total. Además entran miles de fotos en la tarjeta. Alguna buena saldrá, después de todo. Como ahora no cuesta…
Estos pensamientos pasan continuamente por la cabeza de un aficionado que sólo quiere registrar lo que ve. La forma y el fondo le dan igual. Sólo busca recuerdos, y que conste que está en su perfecto derecho. La fotografía se convierte en sus manos en una herramienta de registro. Sólo cuando quiera contar historias, o tenga un concepto, se convertirá en fotógrafo. Y empezará a agobiarse porque las cosas no le salen, hasta que lo consiga, y será el ser más feliz sobre la tierra. La fotografía da estas alegrías.