Como ya se dijo en un capítulo anterior de este curso de historia, la fotografía sufrió un gran cambio cuando salió a la luz el formato de 35 mm, el ya olvidado paso universal. En un primer momento este negativo se había utilizado en las cámaras de cine, pero pocos creían en sus virtudes. Un alemán, Oskar Barnack, diseñó un modelo, paradigma de la precisión, que provocó un éxito inmediato: la Leica.
Su gran calidad, su diseño austero, y la impresionante definición de sus objetivos, unido a la mejora de las películas de 35 mm, hizo que se replantease el trabajo de los fotógrafos. Además de los retratos formales, los bodegones, y los bellos paisajes, ahora podían plasmar la vida en todos sus aspectos: desde las escenas de la ciudad hasta los conflictos bélicos, lo cotidiano y el infierno. Había nacido el fotoperiodismo, y el “instante decisivo” empezó a cautivar a todos.
Ante el éxito de Leica, muchos fabricantes no tuvieron más remedio que continuar la senda que se había marcado, y salieron al mercado nuevas marcas que confirmaron las posibilidades del nuevo sistema, como Contax y Rollei. Cada marca tenía sus propios seguidores que defendían las bondades de sus cámaras a capa y espada ante los usuarios de otras máquinas: una pelea que continua hoy.
Muchos fotógrafos sacaron sus miradas a la calle, y descubrieron la vida. La gente se mostraba ante ellos tal como eran: altos, bajos, huraños, generosos… Ya no se asustaban, ya no temían a las cámaras pues ya las habían tenido en sus manos: era un elemento más de la nueva sociedad, y los nuevos creadores intentaron penetrar en las esperanzas y temores de las personas. Pero a muchos se les quedó pequeño el mundo que les rodeaba, y sintieron la necesidad de irse a explorar los sentimientos de los perdedores de una guerra y la potencia de los vencedores, seguros de sí mismos mientras cantaban a la muerte. Gracias a Capa, Brassaï, Cartier Bresson… todos nos dimos cuenta de que el mundo es más pequeño de lo que parece y que la alegría y el odio nos iguala. De la misma manera se ríe un niño de España que uno de Vietnam. Un soldado ruso muere igual que uno francés.
A muchos se les quedó pequeño el mundo que les rodeaba, y sintieron la necesidad de irse a explorar los sentimientos de los perdedores de una guerra y la potencia de los vencedores, seguros de sí mismos mientras cantaban a la muerte
Hoy, estos fotógrafos y sus cámaras son el modelo a seguir, pues en cierta manera fueron los últimos románticos que llegaban hasta el final por sus ideas (Robert Capa murió haciendo fotos en Indochina en 1954). Todos los fotoperiodistas de la actualidad son los alumnos de los grandes maestros de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Y sus cámaras son el objeto del deseo de los coleccionistas, que pagan cantidades astronómicas por tener en sus estanterías estas joyas de la imagen. ¿Pero, imagináis lo que debe ser tener una Leica de los años treinta en vuestras manos y hacer una foto? Dicen los entendidos que los que disparan una vez, nunca olvidan esa experiencia. Pero hay que recordar que la foto la hace la persona nunca la cámara. De todas maneras, debe ser maravilloso.