Hacer fotos es la mejor terapia que conozco para escapar del estrés o huir de la tristeza. Colgarse una cámara al cuello y salir en busca de fotografías garantiza y forma de evadirse de los problemas sin igual. A muchos les relaja conducir, pero la fotografía es más productiva y menos peligrosa, y no cansa tanto como salir a correr.
No es que considere que hacer fotos es propio de enfermos que necesiten tratamiento, pero puedo afirmar que salir con la cámara al hombro es una de las mejores terapias que existen en este mundo. Si estás estresado o deprimido hacer fotos te puede suponer una liberación absoluta.
Conozco a muchos, empezando por uno mismo, que cuando no pueden más, cuando el mundo parece que se les va a caer encima por tantas cosas, cuando tienen ganas de mandar todo al fondo de un pozo, están soñando con colgarse la cámara al cuello y salir a la calle a disparar, a detener el tiempo. Y os aseguro que funciona, sobre todo cuando empiezas a ver los resultados en tu cabeza, o si no te fías de ella, en la pequeña pantalla de la máquina.
Hace tiempo, en la playa, vi a una mujer. Nosotros íbamos tranquilos, jugando con las niñas, con los amigos, sin pensar en nada en particular y disfrutando mucho. Enseguida observe a esa mujer, y no por lo que estáis pensando (no era una joven sobre la que pudiera escribir una historia de pasión) sino por lo deprisa que iba y con una expresión desaforada. No estaba, desde luego, en su mejor momento. Pero llevaba una cámara al hombro. De vez en cuando se paraba y hacia una foto. Simplemente me llamó la atención, porque siempre que veo una persona con una cámara tengo que mirarla. Pura deformación profesional.
El caso es que mientras corríamos nosotros de un lado para otro, nos deteníamos para ver las hormigas, o las ramas más altas de los árboles, iba viendo a esa mujer como bajaba a la playa o se subía al paseo, y cada vez iba más tranquila, más relajada. Hasta el punto que algunas veces le adelantábamos. La luz de la tarde estaba mejorando el paisaje, y vi que esa mujer acelerada estaba empezando a disfrutar. Que la ira, el enfado o el estrés -qué se yo- se estaba diluyendo y estaba cayendo en las redes de la fotografía: encuadrando el paisaje, mirando la luz, abriendo o cerrando el diafragma… le daba igual que la foto fuera buena o mala, pero se notaba, de nuevo por su expresión, que no hay nada más relajante que una buena sesión de fotos en soledad. Tú ante el mundo con la cámara. Se te olvidan todos los males.
A la mujer la perdimos al final de nuestro camino contemplando la puesta de sol sobre el mar, casi sin hacer fotos, sólo las que consideraba oportunas. Nosotros mientras tantos limpiábamos restos de helado sobre las camisetas de las niñas y consolando a una porque se le había caído al suelo. A esa mujer le funcionó la terapia de la fotografía, desde luego.
Con esta historia sólo quiero decir que a muchos de nosotros, amantes de la fotografía o aficionados, tenemos una vía de escape en el mundo de la imagen. No es salir a pasear porque sí, o ir a andar por el parque a dar de comer a las palomas. Podemos relajarnos y olvidarnos de las cosas, y sobre todo disfrutar con una cámara en nuestro poder, y luego sacar provecho, pues algo bueno habremos hecho en el camino. Incluso te sirve para superar algunos de los momentos más duros de tu vida.
Hacer fotos, incluso revelarlas posteriormente, es uno de los mejores indicativos para saber nuestro estado de ánimo.
Hacer fotos, incluso revelarlas posteriormente, es uno de los mejores indicativos para saber nuestro estado de ánimo. Si estamos felices, todo es más luminoso, pero si estamos en un momento duro, las fotografías se tornan oscuras. Esto se nota sobre todo a la hora de sentarse delante del ordenador. En un día malo, las imágenes salen subexpuestas. Fijaos la próxima vez.
Todavía recuerdo un día en la montaña, en lo alto de los Picos de Europa. Por fin de vacaciones después de unos meses muy malos en el trabajo. Estaba allí arriba, con mi hija en la espalda dormida en su mochila, mi mujer al lado, y la niebla envolviéndonos de camino al refugio en medio del paraíso perdido. De repente un caballo aparece al fondo, pastando. Un momento único. Saqué mi trípode, ajusté su altura y empecé a disparar, deseando que el caballo pasara por todo el encuadre. Fueron diez minutos tan solo. Pero en ese tiempo todo el cansancio desapareció, todos los problemas se fueron. Me concentré en ese momento y conseguí una de las mejores fotos de mi vida. Y todo por llevar una cámara al cuello. Os prometo que esto es mejor que las pastillas.
Te doy la razón y te alavo el gusto.
Un artíclo excelente y que comparto absolutamente.
Muy cierto todo lo que comentas, Fernando. Entre los tropecientos temas eternamente pendientes que tengo para mi blog, uno de ellos es la fotografía como mindfulness (el mindfulness es una especie de filosofía para vivir con menos estrés prestando atención al momento presente). Con el ojo en el visor, los fantasmas del pasado se desenfocan hasta desaparecer y la ansiedad del futuro se disuelve. Solo importa lo que ves y cómo lo ves. Y tal como señalas, resulta muy terapéutico. Un saludo.
Totalmente de acuerdo con el artículo, aunque hay que reconocer que en algunas ocasiones la fotografía también tiene sus momentos de estrés 🙂
El salir con la cámara al mundo claro que relaja, de entrada te obliga a pensar la composición de la imagen y te hace olvidar otras cosas mientras te vas empapando del momento. Doy fe de ello.
Buenas…
Muchas gracias
Buenas…
Agradezco tus palabras.
Buenas…
Muchas gracias Carlos por tu interesante comentario. No tenía ni idea de la filosofía que hablas. Estoy deseando leer sobre ella en tu genial blog.
Buenas…
De verdad agradezco mucho tu comentario.
Buenas…
Creo que es una de las mejores medicinas del mundo. Gracias por pasarte.