Juan Manuel Castro Prieto recibió el Premio Nacional de Fotografía 2015. Por este motivo podemos disfrutar estos meses en Madrid de su exposición Cespedosa en La Principal de Tabacalera.
Ayer, en la inauguración, casi no se podía pasar de la cantidad de gente que asistió. El maestro de muchos y amigo de todos, Juan Manuel Castro Prieto, presentaba en Madrid su penúltimo proyecto, Cespedosa. Un camino de 40 años dedicados al pueblo de su familia. Como bien dice Chema Conesa, comisario de la exposición:
Cespedosa de Tormes es el pueblo de los antepasados de Juan Manuel Castro Prieto y el eje de su referencia sentimental. Allí recibió los dones del amor y realizó su primera fotografía. A Cespedosa le debe la proteína definitiva de su carácter, el mapa de sus afectos y la certeza de su condición de pertenencia a lugar.
Es hermoso que en su primera exposición como Premio Nacional haya vuelto a sus orígenes, a un trabajo que lleva arrastrando toda su vida y por el que hizo su primera fotografía, ese retrato a su abuelo que podemos ver en uno de los muchos recovecos de La Principal, quizás la sala más complicada de Madrid por la contundencia rota de su arquitectura. Él la llena y te lleva de la mano a perderte por su mundo de sueños.
Porque no es una exposición documental, fría y distante. Estamos ante la interpretación de un mundo que se ha ido, que permanece en la memoria y que podemos ver, casi como si fuera un cuento, en blanco y negro o con el color que llevan nuestros recuerdos.
El color es una parte indisoluble de una fotografía, ya sea monocromo o policromo y dependiendo del proyecto le doy un color u otro. No sé muy bien porqué; pero cuando estoy ajustando los colores de un trabajo, el color toma su propia personalidad, casi independiente de mi voluntad y que varía según el proyecto que sea. Así, por eso, «La seda rota» tiene una gama de color verdosa, «Esperando al cargo», el púrpura. «Etiopía» colores alegres, «Cespedosa» pastel y «El Altillo, mi último trabajo, azul. El color pienso que trasmite estados de ánimo, atmósferas, sentimientos…
Cuando entramos en el terreno de la nostalgia, de los tiempos idos, es muy fácil caer en campos trillados. Pero mientras recorres las salas, las habitaciones figuradas, las proyecciones, los sonidos de la tierra, descubres el realismo mágico de las historias vividas en esos objetos llenos de polvo y de años. Es algo nuevo. Parece que el tiempo se ha detenido y que en cualquier momento alguien puede echarse a volar en una de las fotografías.
Ver a través de Juan Manuel Castro Prieto
Juanma, como le llaman los amigos, acaba de cumplir años. Economista de formación (como Sebastiao Salgado) es fotógrafo. Se siente como tal. Pero trabaja de laborante. Por sus ojos han pasado García Alix, García Rodero, Madoz…
Para muchos su primer contacto con la obra del último premio nacional fue Perú. Viaje al sol. Allí en la tierra andina, bajo el embrujo de Chambí, empezamos a disfrutar de una visión nueva, imponente que no nos ha abandonado. Casi se podría decir que le hemos visto crecer desde esos blancos y negros áureos a los colores desaturados.
Y es que con Cespedosa tenemos la suerte de poder el paso del tiempo, no sólo temporal, sino también técnicamente. Y puedo confirmar que es un lujo. Que estamos ante una retrospectiva sin serlo. Que podemos ver un trabajo que respira, que vive como Cien años de soledad, novela de la que podemos ver algunos fragmentos a lo largo y ancho de La Principal de Tabacalera.
Se inauguró ayer y podremos verla hasta el 13 de noviembre de 2016 en Embajadores 51. Madrid. Sería un pecado perdérsela. Es una clase magistral.
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