Valladolid

En la tierra del difunto Miguel Delibes se encuentra uno de los museos que por sí solos justifican la visita a la ciudad: el museo nacional de Escultura o Museo San Gregorio, como se le conoce ahora en honor al magnifico monasterio que lo alberga. La reforma de Fuensanta Nieto y Enrique Sobejano, que terminó en 2007 y recibió el premio Nacional de Restauración Arquitectónica y Conservación de Bienes Culturales, ha convertido al museo en un espacio acogedor y divulgativo, lejos del abigarramiento del pasado.

La sucesión de salas son un paseo y no una obligación, una sorpresa continua de esculturas perfectamente iluminadas e integradas en el espacio que te ayudan a entender el paso del tiempo y la evolución del arte escultórico. Y además te dejan hacer fotografías, lo que te permite sentirte como un fotógrafo en un rodaje cinematográfico, donde la iluminación es perfecta y tú tienes que saber mirar para captar ese momento que enseñarás a los demás.

Comentario aparte merece otro gran espacio de la hermosa y castellana ciudad: Patio Herreriano. Edificio para quitarse el sombrero, restauración impecable… pero mucho continente para tan poco contenido. Si el arte moderno es eso, yo me bajo en la próxima (afortunadamente no es así). El arte es para el pueblo, no para unos pocos intelectuales con la boina ladeada, que fuman acercando sus labios al cigarrillo -nunca al revés- como pose, nunca como placer, y que disfrutan deleitándose en la incoherencia poética de la imagen kafkiana (eso han oido), mientras leen ostentosamente la última edición de una revista londinense, para mostrar su disfrazada erudición. Un poco de naturalidad, por favor. El arte es maravilloso cuando llega a todo el mundo. Por cierto, en el museo no había nadie.

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