Sebastiao Salgado y la sal de la tierra

La semana pasada tuve la inmensa suerte de poder ir a ver La sal de la tierra, el documental de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado sobre el fotógrafo Sebastiao Salgado, su trayectoria vital y profesional hasta llegar al proyecto actual, Genesis, en la que el fotógrafo nos ha enseñado los últimos rincones vírgenes de la tierra.

El proyecto nació de Juliano Ribeiro, el hijo mayor de Salgado, que quiso acercarse de una vez por todas a su padre. Le acompañó en sus últimos viajes para la gestación de su libro más positivo hasta la fecha, lejos de los horrores que le terminaron por llevar a una depresión profunda y a desconfiar totalmente del ser humano.

La intención no era otra que conocer a su padre y poder justificar de alguna forma las incontables ausencias que vivió en su infancia, pues su padre estaba siempre fuera fotografiando el mundo.  A Sebastiao no le gusta ser retratado, como pudimos constatar los fotógrafos que cubrimos su presencia en Madrid. Sin embargo accedió a la idea de su hijo.

Cuentan que cuando vio el resultado de la primera grabación, le gustó tanto que se embarcó entusiasmado en el proyecto. Y acordaron que faltaba una mirada exterior que diera fuerza y sentido al conjunto. Ahí es donde aparece Wim Wenders,  que enseguida se mostró encantado de poder formar parte del documental, volcando toda su experiencia.

El material en color es de Juliano Ribeiro y lo filmado en blanco y negro, como las fotografías del maestro, es del director alemán. Por un lado podemos ver cómo son las jornadas de trabajo para su último proyecto y en un exquisito blanco y negro disfrutamos de una entrevista en la que el fotógrafo brasileño mira directamente a sus imágenes y gracias a un espejo semitransparente, al espectador.

Por un lado vemos cómo trabaja, cómo se relaciona con la gente o los animales que fotografía -siempre desde el máximo respeto- y por otro descubrimos los recuerdos que renacen cuando contempla algunos de sus trabajos más importantes, como Trabajadores o Éxodos.

Así descubrimos a un hombre vital, que con la ayuda inestimable de su mujer, sin la que nada podría haber sido posible, deja su cómoda vida de economista de prestigio para embarcarse en la documentación de la  humanidad en el siglo XX, con su mirada limpia educada en las grandes extensiones y caminatas en su tierra natal. Esta mirada es la que más critican sus detractores, que le acusan de disparar justo en el momento en el que el horror encuentra su forma más hermosa, en la que la mirada de un niño moribundo nos sobrecoge o cuando la silueta de una persona muerta de hambre se recorta perfectamente contra el fondo de una tormenta de arena.

Sin esta mirada, Salgado no hubiera llegado donde está. Pero que nadie se confunda, no es un morboso. Siente un respeto absoluto por las personas, a las que lucha por conocer antes de ponerse a trabajar y dedica un tiempo inmenso a encontrar el disparo oportuno que comunique toda la fuerza que necesite. Sus proyectos tardan años en ser terminados.

No es un documental que enseñe fotografía. No se detiene en dar consejos, aunque si lo vemos con ojo fotográfico descubriremos la importancia del fondo en una imagen o la diferencia entre una foto y una instantánea. Lo que vemos en 100 minutos es la vida de un fotógrafo que ha conocido la brutalidad del ser humano y que ha buscado en la naturaleza las respuestas que había perdido después de conocer el infierno en la tierra. En cierta manera me recuerda al documental de James Natchwey, Fotógrafo de guerra, en el que descubrimos a un fotógrafo que no duda en utilizar la estética del horror para acabar con él.

Como siempre, aconsejo ir a verla en la oscuridad de una sala de cine, en versión original para descubrir no sólo la mirada limpia sino la voz franca de Sebastiao Salgado, uno de los grandes reporteros del siglo XX. No servirá para ver qué cámara nos compramos (¿todavía hay gente que cree que la máquina hace al fotógrafo?) sino para ver cómo nos podemos comportar ante el mundo con una cámara al cuello.

 

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