La Fundación Mapfre, en la sala Bárbara de Braganza de Madrid, en pleno paseo de Recoletos, nos trae la retrospectiva de Julia Margaret Cameron, una de las figuras más importantes del pictorialismo, una corriente fotográfica que confundió la fotografía con la pintura.
Julia Margaret Cameron fue una mujer de la época victoriana. Los tópicos que podemos llegar a tener sobre aquella época se hacen realidad en la figura de esta mujer, tanto los malos como los buenos. Pero lo que hizo que pasara a la historia es su fe inquebrantable en un medio que acababa de nacer y en el que se volcaría con una pasión irrefrenable que bien merece ser reconocida.
Mi primera aproximación a su figura fue a través del libro que me descubrió siendo un niño a los grandes autores de la fotografía: Técnicas de los grandes fotógrafos. Allí estaban sus trabajos, al lado de Richard Avedon, Cartier Bresson, Irving Penn y demás. Era la única mujer de la que hablaban en sus páginas. Encima con estos términos:
Siempre había estado rodeada de sirvientes y probablemente nunca había realizado un trabajo físico, ni tan siquiera el de la casa. Y sin embargo, cuando ya tenía más de cuarenta años, fue capaz de aprender el más difícil, sucio e incómodo de los oficios del siglo XIX: la fotografía.
Puro machismo que hizo que me fijará más en sus fotografías y no entendiera por qué decían semejantes cosas de una mujer cuando en aquella época los ricos burgueses no sabían qué era ensuciarse las manos o el sudor de la frente.
Su trabajo tiene un aire inacabado, infantil. Son fotografías de serie B con el encanto de lo artesanal . Para mi es puro arte naif. Y en cierto sentido cómico. Salvando las distancias, es como el Cristo de Borja de la fotografía victoriana. Algo digno de verse. No es que sea malo. Es un arte inocente, falto de técnica, con unos referentes desencaminados y mal entendidos. Pero es pura expresión de sentimiento. Lo que no deja de ser la esencia del arte, de la expresión.
La vida de Julia Margaret Cameron
Tuvo una vida de película. De familia anglofrancesa, nació en Calcuta y pasó su infancia en Francia. Luego aparece en el cabo de Buena Esperanza donde se casa con Charles Hay Cameron. Vuelve a Calcuta y termina en Inglaterra, en la muy inglesa isla de Wight.
Durante estos trayectos, y para combatir el tedio de una vida condenada por ser mujer en una sociedad machista, su yerno le regaló una cámara de madera que hacía unas placas de 18×23 cm con un objetivo francés de 300 mm f6. Y este equipo es el que probablemente le dio tantos problemas técnicos y por lo tanto gran parte de su particular estilo desenfadado.
Ella vio la liberación de su vida en la fotografía, de ahí el interés y el ahínco con el que trabajó hasta el final de sus días en sus placas imperfectas. Nunca había hecho nada con sus propias manos hasta que con 48 años le dieron su apreciada cámara.
Porque desde que empezó a hacer fotos no paró en retratar a sus amigos intelectuales como el famoso Lord Tennyson, sir John Herschel (el que acuñó los términos de negativo y positivo, entre otras muchas contribuciones a la fotografía). Cuando no podía, hacia posar a su familia. Y como última opción secuestraba a sus sirvientes para que posaran delicadamente.
Siempre a la manera de los pintores renacentistas, con esa falta de nitidez que unos consideran buscada y otros muchos vemos falta de pericia y otros problemas técnicos, como la imposibilidad de enfocar, poco cuidado a la hora de manipular los químicos, muy poca luminosidad y sensibilidad y por lo tanto largos tiempos de exposición, etc… Lo que pasa que ella lo adornaba todo con su carácter seguramente arrollador y excéntrico para una época tan oscura. Y seguro que al final buscó exagerar su propia falta de pericia con diversas técnicas como mover objetos delante del objetivo durante la exposición para lograr ese aire flou.
En la propia exposición analizan en muchas de sus fotografías todos sus fallos como las roturas, las huellas, la falta de lavado de los negativos de partida, los empalmes entre negativos más que evidentes… No deja de ser una persona voluntariosa que tuvo la suerte de poder jugar a la fotografía con algunos de los hombres más eminentes de aquella época. Y cantar a los cuatro vientos ideas equivocadas sobre la fotografía:
Aspiro a ennoblecer la Fotografía, a darle el tenor y los usos propios de las Bellas Artes, combinando lo real y lo ideal, sin que la devoción por la poesía y la belleza sacrifique en nada la verdad.
La exposición
Es una oportunidad única para descubrir los caminos que tomó la fotografía en sus primeros tiempos. Porque además de ver más de cien fotografías originales de la autora, podemos descubrir algunos trabajos de sus contemporáneos como el mismo Lewis Carroll, al que por supuesto conoció; Gustave le Gray, Francis Frith, John Murray, Roger Fenton, Oscar Gustav Rejlander…
Como siempre, disfrutaremos de una gran experiencia y conoceremos un poco más la historia de la fotografía. Os puedo asegurar que hoy en día es imposible encontrar una mejor forma de conocer los inicios de la fotografía. Y por supuesto no puedo olvidar el gran catálogo de la exposición, que se convertirá en fuente principal de conocimiento de la figura de Margaret Cameron.
Si pasáis por Madrid hasta el 15 de mayo de 2016 no os olvidéis de pasar por la Sala Bárbara de Braganza de la Fundación Mapfre para conocer la mirada limpia de una mujer victoriana.