El árbol de la vida (2011) de Terrence Malick es una de las mejores películas de los últimos años. Esta afirmación puede provocar un rechazo a más de un lector. Pocas veces un título ha levantado tanto debate y ha creado tantas reacciones de amor y de odio entre el público. No es fácil verla, y algunos dicen que si la ves al revés verás al director riéndose de ti. Pero es una obra maestra que se sustenta, sobre todo, en la fotografía de Emmanuel Lubezki.
Aviso desde el principio que aquí va a haber algunos spoliers, por lo que si no la habéis visto todavía, os animo a ponerla en la televisión y después leáis este artículo. Vuelvo a insistir que no se parece a nada, que es una nueva forma de narrar, y que si no estás en sintonía con la historia que se cuenta, y no sois demasiado cinéfilos, es muy difícil que os guste. No tiene una estructura tradicional.
Como dicen en la introducción del documental Explorando El árbol de la vida que acompaña a la edición especial de la película:
…No era un guion tradicional. Es una largo documento que incluía fotografías y material de documentación, como cuadros o referencias de obras musicales. Algo que no se había visto nunca, ni se había oído comentar.
Cuenta la historia de una familia que pierde a uno de los hermanos cuando cumple diecinueve años. Vemos la infancia de los niños, la reacción de los padres cuando ocurre el drama y los sentimientos del hermano mayor en la actualidad. Y sobre estas historias está el narrador omnisciente que muestra el origen de esos sentimientos y trata de explicar todo. Y cuando digo todo, debería escribirlo con mayúsculas. Es una película filosófica sobre los sentimientos y sus orígenes.
Realmente es una oración. Nadie que no haya sufrido la muerte de un ser querido puede entenderla. Las interpretaciones pueden ser miles. Esa es la riqueza de una película que se basa en hablar a través de la fotografía. Cualquier plano, cualquier escena, es un canto a la fotografía. No hay fotograma que sobre. Y de muy pocas películas se puede decir algo semejante. Qué casualidad que algunas de ellas son de Malick también, como la inolvidable Días del cielo, fotografiada por el español Néstor Almendros.
El autor de la fotografía es Emmanuel Lubezki, uno de los directores de fotografía imprescindibles de los últimos años. Ha sido nominado en siete ocasiones a los premios Oscar (Birdman, Gravity, El árbol de la vida, Hijo de los hombres, El nuevo mundo, Sleepy Hollow, La princesita) y ha recibido el codiciado premio por las dos primeras. Y ha fotografiado películas tan inolvidables, fotográficamente hablando como Ali y sus impresionantes secuencias de boxeo, o Un paseo por las nubes donde tuvo la suerte de fotografiar a la hermosa Aitana Sánchez Gijón.
El árbol de la vida tiene tres partes bien diferenciadas si nos ceñimos a la fotografía:
Steadycam
Es el nombre comercial de un soporte de estabilización que se popularizó a raíz de El resplandor de S. Kubrick. Permite una mayor libertad de movimientos al operador y da a la imagen un aire subjetivo. Todas las escenas en la que se narra la infancia de los niños, la muerte del hermano y las reflexiones del hermano mayor cuando es un hombre de éxito están rodadas con SteadyCam.
Pocas veces se pueden ver unos movimientos de cámara que te sumerjan de semejante forma. Te hace sentir parte de la historia, sobre todo cuando ves la película en el cine, en una pantalla gigante. El secreto del éxito es que Malick rodó y rodó metros de película en la manzana del pueblo del rodaje. Decía a los actores lo que se iba a rodar y les dejaba improvisar durante horas.
Pocas veces podemos ver cómo el objetivo besa y cuida cada palmo de piel de una actriz. Todos los planos son una declaración de amor hacia una mujer que representa a la madre naturaleza.
Lo que está claro es que la cámara está profundamente enamorada (como nos pasa a todos desde que la vimos) de la actriz protagonista, Jessica Chastain. Pocas veces podemos ver cómo el objetivo besa y cuida cada palmo de piel de una actriz. Todos los planos son una declaración de amor hacia una mujer que representa a la madre naturaleza.
El manejo de la luz, suave unas veces, potente cuando lo necesita una historia llena de sentimientos, es conmovedora. En esta película Malick rueda con todas las luces posibles, pero no se olvida de la luz del crepúsculo que tan bien justificó en Días del cielo. Hay que tener en cuenta que en todo momento, en todos los planos, la luz es natural. Y eso le da un valor impresionante. Pocas películas, con tan pocos medios, dan tan buen resultado.
Paisajes naturales
Muchos piensan que esta película es simplemente un documental de naturaleza, por los paisajes que llenan la mitad del metraje. Y que por culpa de ellos, el presupuesto fue muy alto. Pero no es verdad. Lo curioso es que todo lo que vemos es material ya filmado de documentales, o fragmentos que ha ido recopilando el director (algunos rodados en los años 60) para utilizarlos algún día. Incluso las polémicas imágenes de los dinosaurios no estaban pensadas para los efectos digitales.
Es la primera vez que Malick los utiliza, y el resultado no puede ser más natural. Es un ejemplo perfecto para entender que los efectos digitales nunca tienen que superar a la historia, sino que tienen que estar a su servicio.
Estos paisajes forman parte del puro cine que vemos en El árbol de la vida, donde todo está basado en la impresión y en el sentimiento que provoca la fotografía. Y sirve para explicar todo lo que ha tenido que pasar para que nosotros seamos capaces de sentir el dolor y la alegría, y descubrir lo implacable que es la naturaleza.
El origen del mundo
Estas imágenes, consideradas por algunos como las más hermosas, son simplemente la grabación de efectos generados con calor y diferentes fluidos de diversa densidad. Los podemos ver gracias al trabajo del técnico Doug Trumbull.
Un aficionado a la astronomía que junto con Terrence ideó un laboratorio visual donde experimentaron con químicos, pinturas y todo lo imaginable para conseguir esa sensación de ver el origen de todo. Con un poco de paciencia e ingenio (y mucho cuidado) cualquiera puede ahora recrear los efectos que vemos en la película. Una cámara cenital sobre trípode para conseguir imágenes que parecen bailar al son de la música magistralmente seleccionada.
Podría estar hablando mucho más de la fotografía de esta película, pero podría llegar a saturar. Es el ejemplo perfecto de cómo se pueden llegar a hacer las cosas con tiempo y con dinero y creatividad. Es un ejercicio impresionante de montaje para generar un discurso que no deja a nadie indiferente. Es uno de los homenajes más bellos al arte de la cinematografía y una de las pocas películas que defienden el cine puro.
Es un absurdo este tipo de artículos sin imágenes.