Otro cuento de fotografía

Escribí este cuento de fotografía hace mucho tiempo, mucho tiempo, en la universidad, a raíz de las fotografías eróticas de Helmut Newton sobre objetos ortopédicos. Espero que os guste:

«Quedaron, como las otras veces, en casa de Antonio, un chalé situado en medio del campo, con todas las comodidades de la ciudad, pero sin ninguno de sus inconvenientes, como las personas. De paredes blancas y suelo color tierra. Si acaso algún rastro de las reuniones anteriores. El menú, como siempre, algo propio, para no darle vueltas a la cabeza.
Antonia, la asistenta que acunó a Antonio, sorda por el tiempo, recibe a Diego, un chico que, la verdad sea dicha, nunca le gustó demasiado.
La mesa está ya dispuesta: dos afilados cuchillos, dos jeringuillas de plata y dos gomas para pillar vena. Las jeringuillas, por supuesto, con el preciado anestesiante. Está claro que sólo van a comer ellos dos. Antonio y Diego, licenciados, ricos y aburridos.
Antonia, que siempre lleva puesta en estas ocasiones la venda roja de seda que le regaló el niño hace cinco años, coloca (conoce la casa mejor que nadie aún cegada) a Antonio en la mesa. Él ya no puede andar, le falta una pierna, y siempre ha sido contrario a las prótesis. Son tan artificiales. Cuando salía  de su casa en la ciudad, evitaba siempre que podía pasar por delante las ortopedias. No podía dejar de vomitar.
Diego, sin embargo, es fetichista. Tiene su casa decorada con fotos de Newton. Mujeres espectaculares con collarines, fajas, y sobre todo desnudas. En blanco y negro y bien grandes. Su última adquisición, un pie mecánico, último grito, se lo ha quitado y lo ha dejado en el coche por respeto a su amigo. Se sienta al lado y le grita a Antonia que traiga agua. Hace calor y es sano tomar un vaso antes de comer.
Las gomas se ponen rápido, las jeringuillas en alto, dejando escapar el aire a costa del preciado líquido, se hincan en los brazos con lentitud, podría decirse que con delectación. Ya está hecho. El brazo ya no vive. Sigue fluyendo la sangre, pero no siente. Perfecto.
En la habitación dispuesta como comedor, no hay nada que destaque, quizás la frialdad minimalista que se respira en contraste con un cuadro de Vettriano, donde una pareja sin rostros bailan el tango en la playa. Él va de negro y ella, de rojo. Cuando Antonia trae el agua, los dos se miran y eligen sus cuchillos. De acero cromado, con mango de madera. Brillantes.
Antonio da el primer paso. Hunde el cuchillo en su brazo, a la altura del codo, como habían acordado, y va cortando, longitudinalmente, con la maestría de un carnicero, una loncha de carne que deja al descubierto el rojo y palpitante músculo. Cuando empieza a masticar, Diego inicia su festín: su brazo derecho, más que nada porque es siniestro. Las cosas hay que hacerlas con lógica.
El anfitrión, amigo de sus amigos, sabe disponerlo todo, y con ayuda de Antonia, consigue que la estancia en la casa sea lo más agradable posible para sus invitados. Esto supone elegir bien la música de fondo. Barroco, las arias que compuso Haendel para la capilla Sixtina. Cuando terminan las prodigiosas escalas, Diego tiene ya dos huesos en su mano. Evidentemente tenía hambre. Pero aborrece chuparlos. Sin embargo, Antonio, está disfrutando enormemente con sus dedos. Antonia, cegada y sorda, recuerda, no sabe por qué, que el próximo fin de semana tiene que ir con su marido a cambiar de nicho el cadáver de su padre. Teme que las maderas del féretro no aguanten el traslado y se caiga el cuerpo. A lo mejor es por la dichosa música que ha puesto el niño, que siempre la pone y que siempre le sorprende que el que canta sea un señor.
Saciados y cansados, los dos amigos deciden dar por finalizado el festín. Saben que es mejor no abusar y comerse todo de golpe. Los placeres hay que servirlos, como el veneno, en pequeñas raciones. Si no, la muerte daría por finalizada la partida.»

6 comentarios sobre “Otro cuento de fotografía”

  1. ¡¡vaya forma de empezar un dia que parece va a ser luminoso y frio!!…¡¡me has dejado helada!!

  2. Joé, Fer! Escribes de lujo (iba a decir de miedo, pero la gracia es tan obvia…). Pero la historia no puede ser más macabra. Aaaagggg!!! Esta no se la leeras a la niña (grande), verdad? que deja de habitar su piel en un verbo… jejejeje

  3. Es un cuento extraño y macabro. Si supiera que no me iba a marear lo rodaba. Tengo cada fotograma en la cabeza.

  4. Sabes que me refería a Aran, verdad? (es que su comentario del cine, se me ha quedado grabao’…). Pues si ya empezamos a hablar de rodaje… le da antes un chungo a ella que a ti! jajajaja. Creo que es la única vez en mi vida que me alegro de no compartir «fotogramas mentales»… glup!

  5. Claro, mujer… Desde luego no sería una película gore. La inspiración serían las fotos de Newton, y sería más elegante que otra cosa.

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