Curso de Fotografía TC (II)

La fotografía práctica nació en 1839, en el mes de enero, gracias a las investigaciones de Niépce y de Daguerre. El primero obtuvo, ya en 1826, la fotografía más antigua que se conoce; pero hasta que no se asoció con Daguerre, el nuevo arte no se dio a conocer al gran público. Cuentan las malas lenguas que Daguerre espero la muerte de su socio (1833) para quedarse con todo el mérito y dar al invento su propio nombre: Daguerrotipo.

A partir de entonces, se dedicó a crecer rápidamente para alcanzar volando a las otras artes. Su presencia en el mundo supuso tal revuelo, que obligó a cambiar las tendencias de la pintura e incluso de la escultura de aquel siglo. El realismo fue patrimonio exclusivo de la fotografía.

Los procesos químicos y ópticos se fueron mejorando a marchas forzadas para agilizar los tiempos de exposición y de revelado, que impedían el retrato (género fotográfico por excelencia). No era muy agradable posar en una silla que parecía un instrumento de tortura medieval durante los minutos en los que el obturador estaba abierto. Por esta razón, los mejores modelos que consiguieron en los primeros años los pioneros de la imagen eran los muertos, pues tenían la excelente cualidad de estarse quietos y además no protestaban, y algún que otro desocupado conjunto de frutas.

El calotipo

Pero fue William H. Fox Talbot quien nos dio la posibilidad de disfrutar la fotografía tal como es hoy, pues fue el creador del proceso negativo-positivo, aunque por casualidad, como ocurre con todos los grandes inventos. Por error realizó una exposición breve y comprobó que se formaba una imagen latente que pudo revelar químicamente. Este proceso se llamó calotipo o talbotipo.

Gustave Le Gray, Louis-Desiré Blanquart-Evrard,… fueron mejorando el calotipo, dando al papel cera, o albúmina; sustituyeron el negativo de papel por uno más claro de cristal, que permitió el proceso del colodión húmedo que daba una definición más elevada. Tenía el inconveniente de que había que prepararlo momentos antes de la exposición, por lo que los fotógrafos se veían obligados a llevar todo el laboratorio en sus desplazamientos. De aquella época vienen los carromatos de los fotógrafos que recorrían los caminos en busca de paisajes y de sus habitantes para atrapar los momentos que más tarde contemplarían los ojos del mundo, deseando ver los lugares que sólo conocían las leyendas y los viajeros que nunca volvían.

El gran público empezaba a pedir más y más, y un fotógrafo como Francis Frith viajó a las altas montañas y cruzó los áridos desiertos con su carromato tirado por caballos. Logró sus imágenes, pero vio el colodión hervir a causa del calor que los espectadores tan sólo imaginaban disfrutando de las imágenes de Egipto, Sinaí y Jerusalén, el mayor libro ilustrado fotográficamente jamás editado.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.