James Nachtwey, fotógrafo de guerra

Hoy ha estado dando una conferencia en Madrid James Nachtwey,  considerado uno de los mejores fotógrafos de guerra de la historia. Y si nos basásemos unicamente en los premios que ha recibido, podría ser considerado como el más grande. Durante cuarenta años ha grabado en nuestra retina el horror.

El horror, el horror, decía Marlon Brando al final de Apocalypse now, totalmente desquiciado por todo lo que sus ojos habían visto en las guerras en las que había participado. Incapaz de superar la maldad del hombre, se hace fuerte en el interior de la selva vietnamita para crear un nuevo mundo basado en la locura de los que han visto morir hombres en la batalla.

En dicha película, y en tantas otras de guerra, aparece el recurrente personaje del fotógrafo desquiciado, cargado de cámaras, y totalmente ajeno a la realidad. Sólo pendiente de disparar sin pensar en las consecuencias. Siempre presenta dos caras, la de ligón pendenciero o la de hombre moralmente destrozado. Y poco más…

Pero esa no es la realidad, y no tiene nada que ver con la imagen de James Nachtwey, al que se le conoce como el fotógrafo monje. O con el gran Gervasio Sánchez, uno de los veteranos fotógrafos de guerra españoles que le ha presentado en un abarrotado auditorio de la universidad de Navarra en Madrid. Ha llegado pronto para preparar la proyección como si fuera un alumno que iba a enseñar su trabajo a los profesores.

Todos hemos visto sus fotos, desde la del hombre de perfil con la cara cosida a machetazos hasta la de los ojos del niño de espaldas a una avenida destrozada por las bombas. Para muchos el autor detrás de las fotos era un desconocido, hasta que una película documental que debería ser de visión obligada para todos los adolescentes del mundo occidental, nos lo presentó.

Estoy hablando de War photographer, donde descubrimos el pensamiento y la actitud ante la vida de alguien que ha visto la maldad del hombre demasiadas veces a lo largo de su vida, a lo largo y ancho del mundo, hasta en su propia casa (fotografió los atentados del 11S en Nueva York).

Se ha disculpado primero por leer la conferencia, ha agradecido y reconocido a su amigo Gervasio Sánchez su presentación y nos ha introducido a todos en su mundo a través de sus fotografías, desde las primeras que realizó en color en los años ochenta, en Irlanda del Norte hasta las imágenes de los últimos años. Y todo con su minuciosidad característica. Sabe que el mundo necesita las historias de los fotoperiodistas.

Lo más impactante es que conocía las vidas de los que ha fotografiado. Sabía qué había sido de ellos, por qué lloraban o gritaban de dolor… Y todo por algo fundamental, por el profundo convencimiento de que el respeto y la educación hacia los fotografiados deben ser la guía que oriente a cualquier fotógrafo que quiera hacer un buen trabajo. Nada de ser agresivos, o actuar como un hombre blanco en las películas  de vaqueros.

El respeto y la educación hacia los fotografiados deben ser la guía que oriente a cualquier fotógrafo que quiera hacer un buen trabajo

Él sigue fotografiando porque piensa que el mundo responderá ante sus disparos. Sus imágenes tienen un propósito. No están hechas para vender, sino para concienciar. Y para demostrarlo cuenta una anécdota que debería alentar a todos los fotógrafos a seguir trabajando: diecisiete años después de publicar sus fotos de Somalia, la Cruz Roja le reconoció lo importante que habían sido para conseguir más donaciones y una mayor labor humanitaria.

La fotografía sólo retrata lo que pasa en ese momento. No puede explicar el odio o lo que pasó hace cinco minutos. Está para formar distintas opiniones siempre que sea imparcial. De lo contrario sería propaganda.

Su trabajo no es fácil de ver. De hecho uno de sus trabajos más importantes, Inferno, es efectivamente, un descenso al infierno de la humanidad, donde se hace carne la famosa frase de Plauto: El hombre es un lobo para el hombre. Si no quieres terminar llorando, tienes que verlo en pequeñas píldoras.

Lo más increíble de toda su conferencia es cuando ha reconocido que, después de todas las cosas que ha visto y vivido, todavía confía en el hombre, ese animal capaz del humor, la solidaridad, el arte (ha confesado que los Desastres de Goya son el antecedente más claro de la fotografía de guerra)… Y jamás perder la esperanza. El fotoperiodismo saca lo bueno y lo malo del ser humano y obliga a identificarse con el prójimo.

 

 

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